Yo empecé mi carrera profesional enseñando español a extranjeros. Venían a España a aprender y practicar el idioma y a conocer el país, su cultura, sus costumbres.
La actitud de ellos siempre era y sigue siendo atenta, abierta y curiosa; con ganas de preguntar y saber, de participar y compartir, sobre todo, con ganas de comparar: lo que traían de sus propios países y culturas y lo que descubrían entre nosotros; los aspectos diferenciadores, distintivos que alejaban y aproximaban a la vez, valga la paradoja, a pueblos diferentes, con lenguas diferentes.
Seguro que como padres imaginamos a nuestros hijos en un curso académico en el extranjero o en estancias más cortas y veraniegas en otro país al que principalmente acuden para practicar el inglés, por ejemplo, para aprenderlo y así afianzarlo.
A través de ese conocimiento, su perspectiva del mundo cambia, porque se acostumbran a escuchar un idioma nuevo o casi nuevo, y unos usos que no son los de siempre.
Del otro lado del espejo, nuestros hijos viajan con ganas de cambiar, de investigar lo que quizá han oído o visto en imágenes y a través de las redes. No hay como la práctica para los que vienen y los que van; romper esos miedos naturales e incipientes que hacen estar al tanto de todo lo que ocurre a su alrededor.
Hace poco, me decía una estudiante norteamericana que le costaba levantarse tan pronto por las mañanas y cenar tan tarde. Que admiraba a sus amigos españoles que acudían a clase a las 8 y ella daba cabezadas en el aula, pero que no se resistía a perderse la fiesta por la noche, o los viajes de fin de semana, las paellas y la capea que organizaban, el compartir de puertas afuera, la amabilidad de las personas que encontraba en las calles y la seguridad de nuestros parques para hacer deporte…
Mis “guiris” como yo les llamo cariñosamente, sienten que han establecido conexión con lo que les habían dicho en su país o con lo que habían leído en sus cursos de literatura. Ahora lo están viviendo en primera persona.
Y vuelta a imaginar a nuestros hijos fuera de sus familias, sin el paraguas de padre y madre, tan común en estas latitudes. Me consta que saben salir de situaciones distintas, que chapurrean el idioma y se defienden para hacerse entender; ponen en marcha mecanismos y recursos que los tenían adormecidos y se sienten mayores en ese proceso de madurez, en ese camino vital hacia el futuro tan próximo.
El espejo de la vida nos ofrece esas dos caras, el mundo al revés en línea bidireccional: una ida y una vuelta a través del idioma, de las costumbres, del conocimiento de países y culturas en un mundo en que más que nunca necesitamos de la palabra estrecha y conciliadora. Los profesores sabemos de su importancia y nuestros estudiantes (los nativos y los extranjeros) también.
Pilar Úcar Ventura