Y lo veo en el campus universitario, en las aulas y en los pasillos. Soy una firme defensora del móvil y de todo lo que nos permite ese “aparatejo”. Creo que nos facilita la vida y las relaciones también.
Y lo digo yo que soy profesora de Lengua, amante de las palabras, de la comunicación humana. (Algún día quizá debería escribir sobre la multitud de posibilidades que permite un móvil en el aula de Lengua y Literatura; creo que tranquilizaría a muchos padres y a muchos de mis colegas).
Para otro momento, pero quizá os lleguéis a sorprender de la metodología al alcance del dígito y la tecla de la que disponemos en la actualidad.
El lenguaje es la capacidad de entablar relaciones con el otro, y nuestros jóvenes son unos artistas en conseguirlo: a través del lenguaje verbal y no verbal, con la kinésica o el conjunto de gestos y ademanes, tan culturales y tan enriquecedores más allá de nuestros parámetros.
Y todo lo que estoy expresando lo hago desde una postura en defensa férrea de la palabra, la palabra proferida, hablada y escuchada, escrita, convertida en vínculo de solidaridad, en alianza de diferentes opiniones y modos de percibir la vida; la palabra bien dicha y con buen tono, ajustada y precisa, la que tiende puentes y elimina barreras.
Pero, ¿Quién se atreve a afirmar que nuestros jóvenes no logran lo anterior con su “especial” forma de comunicación?
Estamos asistiendo a tiempos de voluntariados, entrega y responsabilidad entre las generaciones más jóvenes, aunque nos incordien esos silencios tan molestos, ese ruidito del tecleteo, esa especie de autismo social en que los creemos metidos.
Me consta que no es así: se han adaptado muy fácilmente a su época que también es la nuestra, pero los adultos vamos con retraso.
A mí me admira la habilidad y los recursos que despliegan para comunicarse a través del móvil: rápido, concreto, efectivo…el cerebro les va a una gran velocidad.
Y las notas de voz, los famosos audios: constituyen un vivo ejemplo del paso sin transición de un lenguaje oral a otro escrito y viceversa. Insisto: y además son capaces de realizar exposiciones sobre temas de actualidad internacional, sintetizar el contenido de las últimas modificaciones de la RAE, dirigirse a sus profesores y pedir un cambio de fecha de examen, elaborar un alegato en defensa de sus derechos como estudiantes…y mucho más: escriben poesía, microrrelatos e inventan novelas.
Comunicación pura y dura. Quizá la mayor dificultad que encontramos en el modo de comunicarse por parte de los jóvenes es el empleo que hacen del tiempo, que desde nuestra óptica pensamos que usan y abusan del móvil, de ese adminículo, como si fuera una extensión de sus extremidades superiores.
Cuántos de nosotros hemos formulado la pregunta tan repetida y tan manida de: “¿Por qué no le llamas?” aludiendo a que marque, de una vez, el teléfono de su amigo y tengan una conversación oral…pero ese acto, tan común para algunos y tan antiguo para los jóvenes, no garantiza ni la respuesta inmediata ni minimizar el tiempo de espera que presuponemos.
No, no. Ellos no usan el auricular ni el micrófono a la vieja usanza. Para los jóvenes es fundamental una conversación ágil y rápida y para ello emplean todo un abanico de símbolos, iconos, consonantes sin vocales, faltas de ortografía y frases sin acabar… todo un idiolecto que nos excluye a quienes no formamos parte de su grupo, y efectivamente, consiguen comunicarse y descodificar la multiplicidad de mensajes intercambiados.
Como filóloga, he detectado que sí ponen filtros y lo hacen con solvencia: distinguen registros idiomáticos, foros y contextos. Saben en cada momento quién es el emisor y el receptor y cómo han de transmitir el mensaje.
Por lo tanto, tenemos a unas promociones más cultas de lo que suponemos, que se comunican con un mayor y más variado auditorio que nosotros. Algunos expertos en comunicación lingüística aseguran que nuestros jóvenes se relacionan verbalmente con solo 250 términos.
No quiero ser agorera y mucho menos descreía, pero me malicio que con bastantes menos términos consiguen la comprensión escrita y oral a la velocidad del rayo.
Desde mi punto de vista ese tópico de “cualquier tiempo pasado fue mejor” no lo lamento ni lo echo de menos. Me siento feliz de que nuestros jóvenes se comuniquen. Repito: se comunican, claro que sí. A su modo, entre ellos y con nosotros.
Pilar Úcar Ventura