My Kind of Town, CHICAGO IS
Ayer pasamos una jornada gloriosa en la ciudad del viento, y uno no puede sacarse de la cabeza la melodía inmortal de Frank Sinatra (My kind of Razzmatazz, and it has all that jazz…).
Nos levantamos temprano para coger el autobus. Un trayecto de dos horas que impicaba cambiar nuestro estado de Wisconsin por el estado Illinois nos dio tiempo para ponernos al día: parques acuáticos, intensos partidos de los brewers a cielo abierto, jet skiing, summerfest, boy scouts, demasiados helados y un largo etcétera. Había cierta impaciencia por hablar en castellano, se nos atascaban las anecdotas.
Sin darnos cuenta se acabó la autopista y nos sorprendió el perfil del skyline de Chicago, no en vano la ciudad que inventó los rascacielos. Desembarcamos en el loop, el distrito central donde se condensa la actividad comercial y turística y conocido así por el circuito circular de vias ferroviarias que lo recorre.
Nuestra primera parada fue el Navy Pier, el muelle de la armada, que recibe su nombre en honor a la memoria de los marines que murieron en la primera guerra mundial.
Después visitamos el Millenium Park, el parque del milenio, cuyo principal atractivo es la famosa Cloud Gate, la puerta de la nube, o coloquialmente apodada como, the Bean (la judía). Se trata de una estructura de 98 toneladas de peso comprendida por 168 placas de acero inoxidable pulido que configuran un espejo ovalado y caprichoso que devuelve una versión psicodélica de la ciudad.
A continuación enderezamos Michigan Avenue en pos de la Magnificent Mile, el célebre barrio comercial sede de exclusivas y mastodónticas tiendas. Aquí se dió rienda suelta al frenesí consumista del que un servidor no se pudo sustraer.
La traca final, como no podía ser de otra manera, consitió en tocar el olimpo de la ciudad subiendo a la planta 94 de la torre Hankock. Este coloso de acero no es ni mucho menos el edificio más alto de la ciudad, sino la magnífica Torre Willis (antigua Torre Sears) que fuera en su momento el edificio más alto del mundo. Sin embargo, la mejor vista de la ciudad no la ofrece la torre Willis, porque, como resulta evidente, desde la torre Willis, no se divisa la torre Willis. Desde un altura de 1.500 pies, si contamos la antena (unos 300 metros en cristiano) se apreciaba con justicia el remarcable espectáculo y el gusto del urbanismo y la arquitectura de Chicago.
Tras esta buena experiencia emprendimos el regreso a Wisconsin muy emocionados, sabiendo que dentro de pocos días nos veríamos, de nuevo, en el aeropuerto, con las maletas en la mano y dando por terminada nuestra gran aventura americana!